Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
Los avances tecnológicos del último siglo han transformado, ¡y de qué manera!, la vida de las personas y de la sociedad. El fin último de esta gran revolución es facilitar las actividades individuales y colectivas en todos los campos en que estas se desarrollan.
Veamos el caso de las comunicaciones, solo por mencionar algunas de esas transformaciones: ni los más osados escritores de ciencia ficción futurista se hubieran podido imaginar la facilidad que tiene un individuo en la civilización actual para comunicarse en cuestión de segundos con otras personas independiente del lugar del mundo donde se encuentren, y que para lograrlo simplemente activen unas teclas en un aparato que cabe en su mano; que la información sobre cualquier tema esté a un clic de distancia de una computadora o un dispositivo de comunicación; y ni se diga lo que se ha derivado de la inteligencia artificial, que en muy poco tiempo cambiará radicalmente la manera como se relacionan los seres humanos, un futuro que ya es presente.
Y el trabajo es otra de las áreas beneficiadas con el auge acelerado de la tecnología: el trabajo físico que debe hacer una persona ahora puede realizar en un tiempo más corto y con mayor precisión gracias a increíbles máquinas sofisticadas que se especializan cada vez más, diseñadas precisamente para optimizar el desempeño laboral en las empresas e incluso en las tareas domésticas del hogar. En este contexto que estoy describiendo, ¿cuál es el impacto esperado en campos tan sensibles como el de la salud y la enfermedad?
Desde ya, la medicina se vislumbra como la gran oportunidad que tiene el ser humano de conservar la salud a través de acciones preventivas que han demostrado ser eficaces no solo para evitar la enfermedad, sino para cambiar el curso de dolencias que hasta hace poco tiempo eran consideradas crónicas o de pronóstico imposible de cambiar, como sucede con 230 enfermedades producto de anomalías genéticas, pero que gracias a los revolucionarios avances en la comprensión del genoma, ¡pueden ser corregidas!
La manera como se llegó a este conocimiento es interesante. A finales de la década de los 80 y principios de los 90, en un laboratorio de la universidad de Osaka en el Japón, un grupo de investigadores dirigidos por Yoshizumi Ishino encontró unas secuencias repetidas en el genoma de escherichia coli (bacteria que forma parte de la microbiota del tracto gastrointestinal) y cómo este microorganismo tenía la capacidad para cortar y desactivar el ADN de los virus invasores.
Para esa misma época, el investigador español Francis Mojica de la universidad de Alicante, al estudiar las arqueas (microorganismo unicelular) llegó a las mismas conclusiones. Él fue quien acuñó el término CRISPR-Cas9, o tijeras genéticas, para referirse a una tecnología que permite corregir mutaciones genéticas que causan enfermedades. ¡La medicina del futuro ya es una realidad! www.urielescobar.com.co
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