viernes, 29 de noviembre de 2024

El amor entrañable de dos hermanos unidos a través de la boccia en los Juegos Juveniles

Foto: Gobernación de Risaralda

Dylan Leandro Hurtado Morales, con tan solo 12 años, encontró en la boccia una forma de apoyar a su hermana Quimberly y construir juntos sueños en el deporte adaptado.

El coliseo de Cuba, en Pereira, cobra vida tres veces a la semana con el entrenamiento del Club Boccia Otún.

Allí, Dylan Leandro Hurtado Morales

acompaña a su hermana Quimberly Mariana, una joven clasificada como BC1 apoyada por la Gobernación de Risaralda, quien ha participado en eventos como los Juegos Paranacionales Juveniles y sus clasificatorios. Pero la historia de Dylan no es solo la de un guía; es la de un hermano que decidió compartir un camino.

“Un profesor de educación física vio a mi hermana en la escuela y le recomendó este deporte. Cuando se enteró que necesitaba un acompañante, pensé: “¿Por qué no practicar algo que a ella le gusta y que además le sirva para su futuro?”, explicó Dylan.

Así comenzó hace casi dos años un proceso que combina compromiso, paciencia y amor fraternal.

En cada competencia, Dylan tiene un papel fundamental. “Primero entro con ella a la cancha y me fijo en las señales que me da. Luego acomodo la bola para que pueda lanzarla. Es emocionante ver cómo ella se expresa a través de este deporte”, relata el joven, quien combina esta labor con sus estudios de octavo grado en el Colegio San José, donde su materia favorita es matemáticas.

Dylan y Quimberly comparten un vínculo más allá de la boccia. Antes, jugaban fútbol en el antejardín de su casa, donde Quimberly se esforzaba por superar a su hermano metiéndole goles. Ahora, desde su rol como guía, Dylan ha encontrado otra pasión: le gustaría ser juez de boccia algún día, siempre que su hermana logre la independencia que le permita competir sin ayuda en el campo.

El trayecto diario a los entrenamientos ya sea en taxi o con un conductor que apoya su causa es una metáfora de su compromiso. La boccia se ha convertido en un espacio no solo de competencia, sino de inclusión y esperanza.

“Para las personas con discapacidad este deporte es una forma de expresarse, de liberar todo lo que sienten y disfrutar como en pocos deportes”, concluye Dylan con una madurez que supera sus años.

Este pequeño guía, que también encuentra tiempo para tocar la guitarra y cantar en el coro del Lucy Tejada, demuestra que el amor por un hermano puede ser el mejor motor para derribar barreras. En cada bola lanzada, en cada estrategia planeada, Dylan y Quimberly no solo compiten, también construyen un lazo que inspira y transforma vidas.

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