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viernes, 11 de julio de 2025

Dimensiones - Cuando la vida es una sin salida

 Por Uriel Escobar Barrios, M.D.

Hace unos días, un estremecedor hecho sacudió a la comunidad del Eje Cafetero: un joven de apenas 16 años se lanzó desde el viaducto César Gaviria Trujillo, símbolo de unión entre Pereira y Dosquebradas, y perdió la vida en un acto desesperado. 

Su nombre, su historia y sus heridas quedan en la intimidad de sus seres queridos, pero su partida nos obliga a mirar de frente una realidad que muchos prefieren ignorar: la desesperanza silenciosa que habita en miles de jóvenes. Desde la Psiquiatría, sabemos que el suicidio no es el resultado de un solo evento, sino el desenlace de múltiples factores: emocionales, familiares, sociales y, en muchos casos, de salud mental. No es cobardía ni egoísmo. Es una forma extrema de dolor psíquico, de sentirse atrapado en un túnel sin luz ni salida. 

El joven que se lanza al vacío no busca la muerte, busca cesar un sufrimiento insoportable. Para él, morir no es una elección libre, sino la única forma de apagar una angustia que nadie ha sabido o podido ver. El suicidio en adolescentes es una de las principales causas de muerte en este grupo etario en Colombia y el mundo. No es una cifra fría; es una tragedia que habla de un sistema que muchas veces no escucha, de familias desbordadas, de instituciones educativas centradas más en resultados que en afectos, y de una sociedad que suele juzgar antes de comprender.

¿En qué momento dejamos de ver al niño que reía, que jugaba, que soñaba con ser grande? ¿En qué momento se volvió invisible su sufrimiento? Muchos adolescentes viven bajo una presión inmensa: exigencias académicas, conflictos familiares, redes sociales que venden vidas perfectas y una profunda necesidad de pertenecer, de ser validados. Cuando sienten que no cumplen con esos estándares, cuando fracasan o se sienten rechazados, la vergüenza y la culpa pueden convertirse en una losa insoportable. Como familia, debemos ser el primer refugio emocional. Escuchar sin juzgar, preguntar con ternura, crear espacios donde se pueda hablar de todo, incluso del dolor. 

No se trata de tener todas las respuestas, sino de estar presentes, disponibles, atentos para tratar de buscarlas. No minimizar las señales de alarma: el aislamiento, los cambios bruscos de ánimo, el desprecio por la vida, las frases cargadas de desesperanza. Como sociedad, urge romper el silencio en torno a la salud mental. Hablar de depresión, ansiedad o suicidio no incita, previene. Necesitamos más programas comunitarios, más profesionales, más campañas que eduquen.

También debemos repensar nuestros modelos de éxito y felicidad. Enseñar a los jóvenes que no están obligados a ser perfectos, que equivocarse es parte de la vida, que pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino de valentía. El viaducto, testigo de esta y otras tragedias, no debería ser solo una estructura de concreto. 

¡Que sea también un llamado simbólico a construir puentes humanos: entre generaciones, entre instituciones, entre corazones! Porque cuando un joven siente que la vida es una sin salida, es deber de todos mostrarle caminos, caminos de escucha, de comprensión, de cuidado. Que nadie más tenga que lanzarse al vacío. Seamos capaces de tender la mano antes de que sea demasiado tarde.  www.urielescobar.com.co

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