Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
Las crisis son inevitables y necesarias para lograr un mayor conocimiento y desarrollo en la vida del individuo y también de las organizaciones humanas. Históricamente, mejorar las condiciones de vida de un determinado grupo que ha sido discriminado, sometido a explotación socioeconómica o a la vulneración de sus derechos fundamentales ha requerido, la gran mayoría de las veces, de movimientos o enfrentamientos que finalmente terminan con el reconocimiento, por parte de quienes ejercen el poder, de concesiones sobre las cuales se construye un nuevo orden social.
Se podría afirmar que los conflictos generados por grupos que tienen maneras distintas de ver la realidad han sido el caldo de cultivo para el mejoramiento de las condiciones de vida y la aceptación de un principio que es fundamental en la persona humana: su diferencia. El disentir y construir formas reflexivas y comportamientos distintos como resultado de la experiencia personal es un derecho fundamental que se deriva de esta característica de los humanos.
Para que se inicie el florecimiento y la consolidación de los logros adquiridos, se necesita un período de tranquilidad y de armonía social, sin lo cual no es posible que se conviertan en la nueva realidad en la relación de los grupos que han estado en conflicto. Un adagio que se puede aplicar a este análisis es el que reza “después de la tormenta, viene la calma”.
Hace algunos días con un grupo de amigos examinábamos la situación de Colombia a lo largo de su vida republicana y lo predominante ha sido la historia de enfrentamientos fratricidas, primero, para liberarse del dominio español, y cuando se logró este objetivo, para que unas pocas personas detentaran el poder y ejercieran dominio sobre la gran mayoría de la población. ¡Y este no es solo el caso de Colombia! A nivel global, aquellos países donde hay enfrentamientos y guerras sin períodos de paz se caracterizan por un gran atraso socioeconómico y de las libertades individuales, como ocurre en algunas naciones africanas y de América.
Uno de los contertulios de la reunión ya comentada hizo un apunte para referirse al camino que debería andar nuestro país: “Se hace necesario de manera urgente que los colombianos aplacemos la enemistad”. Sí. No hay duda, a mi modo de analizar la realidad nacional, que el único camino que nos queda para iniciar el proceso de desarrollo económico y de superación de las desigualdades sociales es establecer procesos de diálogo en la diferencia, pero que tengan como propósito mayor el bienestar del colectivo, de las mayorías que constituyen nuestro país. Esta actitud requiere coraje para despojarnos de privilegios y aceptar que como Nación tenemos una deuda histórica que solo se podrá saldar en un entorno de respeto por el otro y de reconocimiento por nuestras diferencias. www.urielescobar.com.co
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