sábado, 1 de octubre de 2022

Dimensiones - El desafío de la existencia

 Por Uriel Escobar Barrios, M.D.

El nacimiento de una persona es precedido por una serie de rituales que se han ido modificando a lo largo del tiempo: una sala aséptica, personal profesional cada vez más capacitado para cumplir esta labor, y alrededor, dos personas ansiosas por conocer a un nuevo ser. 

Luego, entonces, se produce el tan esperado momento. Esta nueva criatura que viene de un sitio ideal, donde nada le falta y todo le es concedido, como sucede en la calidez del vientre materno, de repente se ve enfrentada a un medio que percibe como hostil y peligroso: temperatura fría, luz incandescente, alguien que se aferra a ella y la hala bruscamente.

Lo peor sucede inmediatamente después: su cuerpo es literalmente zarandeado y frotado enérgicamente por una tela y, finalmente, ¡le dan unos golpes! A la agresión con la que son recibidas todas las criaturas que sobreviven de manera general, responden con un alarido de protesta, que provoca, por supuesto, el regocijo de los padres, que en el humano se ve alimentado porque ilusionan en sus hijos la perpetuación de sus anhelos. 

En su famoso libro El trauma del nacimiento, el psicoanalista austriaco Otto Rank publicó la investigación que hizo sobre todo lo que se deriva en la vida psíquica de una persona tras ese momento particularmente complejo, cuando es literalmente expulsada de la comodidad de la protección materna hacia la incertidumbre y el riesgo real y simbólico de lo que significa vivir en una sociedad. 

El punto central de Rank es que si bien nacer en estas condiciones es el primer campanazo de alerta para el desarrollo de la angustia que acompañará de por vida al ser humano, también es el responsable del proceso de humanización de nuestra especie. 

Desde esta perspectiva, la angustia puede ser considerada como una experiencia que siempre estará presente en su devenir, y se convierte, como lo expresó Sigmund Freud, en el combustible que obliga al individuo a realizar actividades para alcanzar la meta o el propósito que ha anhelado para su vida. 

Soren Kierkegaard, el filósofo y teólogo danés considerado el padre del existencialismo, planteó que lo más importante del ser humano cuando toma conciencia de la realidad es su existencia en el mundo, de la cual debe hacerse cargo. Y esto es doloroso cuando se enfrenta a lo que no puede controlar, pues depende de variables incognoscibles. Kierkegaard llega al final de sus días a la conclusión siguiente, llena de realismo y desencanto: “El ser humano es una síntesis de lo temporal y lo eterno, de lo finito y lo infinito”. Es, a no dudarlo, el mayor reto que enfrenta cada individuo: encontrar un propósito que le permita justificar su vida en los avatares de un mundo que casi siempre trasciende su capacidad para controlarlo en los designios del futuro.  www.urielescobar.com.co

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