sábado, 22 de febrero de 2025

Dimensiones - La dictadura de la felicidad

 Por Uriel Escobar Barrios, M.D.

En un mundo donde todo parece estar a la venta, desde objetos materiales hasta todo tipo de experiencias efímeras, la felicidad no se ha escapado de esta lógica de mercado global. 

Se ha convertido en un producto más, empaquetado en libros de autoayuda, cursos universitarios y talleres que prometen alcanzarla en unos cuantos pasos sin necesidad de hacer ningún esfuerzo personal.

 Pero, ¿es realmente posible comprar la felicidad? ¿Nos hemos convertido en víctimas de una nueva forma de tiranía, una que nos exige sonreír siempre, incluso cuando el corazón está cargado de incertidumbre y dolor por los retos que plantea la cotidianidad? En Harvard, el curso más popular de su historia no es sobre física cuántica o filosofía antigua, sino sobre cómo ser feliz. 

Por su parte, en Colombia proliferan talleres y seminarios que prometen enseñarnos a alcanzar el bienestar pleno, como si se tratara de una receta de cocina: mezcle pensamientos positivos, agregue una pizca de gratitud y hornee a fuego lento. ¿Y qué sucede cuando la felicidad no llega; cuando, a pesar de seguir al pie de la letra las instrucciones, el vacío interior  persiste y domina por días o semanas gran parte de la existencia?  

La sociedad de consumo nos ha vendido la idea de que la felicidad es un estado permanente, un destino al que todos debemos aspirar como meta última, como ideal de vida; y si no lo logramos, algo anda mal en nosotros, en algo estamos fallando. 

Nos han hecho creer que la tristeza, la frustración o el dolor son errores que deben ser corregidos, en lugar de emociones humanas tan válidas como la alegría o cualquier otra del amplio espectro de la emocionalidad humana. Esta obsesión por la felicidad perpetua es irreal y peligrosa. Nos impide aceptar nuestras propias sombras, nos aleja de la auténtica conexión con nosotros mismos y con los demás. 

La felicidad no es un producto que se compra, ni un destino al que se llega siguiendo un mapa o unas indicaciones de un supuesto experto que se aprovecha de la ingenuidad de quienes lo siguen. Es, más bien, un viaje lleno de altibajos, de momentos de luz y de oscuridad. Pretender vivir en un estado de euforia constante es tan absurdo como esperar que el sol brille las 24 horas del día. La vida es cíclica, y en su naturaleza está el cambio. Aferrarse a la idea de una felicidad permanente es condenarse a la frustración y, ahí sí, vivir en la infelicidad.

Quizás, en lugar de perseguir la felicidad como si fuera un trofeo, deberíamos aprender a abrazar la vida en toda su complejidad. Aceptar que hay días en los que el alma pesa más que el cuerpo, y que está bien no estar bien. La verdadera plenitud no surge de evitar el dolor, sino de encontrar significado incluso en medio de él. 

La dictadura de la felicidad nos ha robado la libertad de ser auténticamente humanos. Es hora de rebelarnos contra esa tiranía y recordar que la vida no es una fórmula mágica; por el contrario, es una obra de arte imperfecta, llena de matices y contradicciones que enriquecen la ruta existencial. Y en esa imperfección, tal vez radique su verdadera belleza. www.urielescobar.com.co

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