Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
Desde los albores de la humanidad, la oración ha sido un puente entre el ser humano y lo sagrado. Las primeras civilizaciones, como los sumerios y los egipcios, elevaban plegarias a sus dioses para pedir protección, salud o buenas cosechas.
En la tradición judeocristiana, la oración se consolidó como un diálogo íntimo con lo divino, mientras en el budismo y el hinduismo, mantras y cánticos cumplían funciones similares. Pero más allá de su dimensión religiosa, la oración ha sido estudiada por la psiquiatría como una herramienta con profundos efectos en la mente humana. Varios pensadores y científicos han explorado el impacto psicológico de la oración.
Carl Gustav Jung, por ejemplo, veía en la oración una expresión del inconsciente colectivo, un mecanismo arquetípico que conecta al individuo con fuerzas internas y universales. Para Jung, rezar podía ser una forma de integrar aspectos ocultos de la psique y alcanzar equilibrio emocional. Por su parte, Abraham Maslow, padre de la psicología humanista, incluyó la experiencia religiosa y trascendente dentro de su pirámide de necesidades, en la cúspide de la autorrealización. Según Maslow, la oración podía ser una vía para alcanzar estados de plenitud y conexión con algo mayor que uno mismo: las "experiencias cumbre".
El psiquiatra Stanislav Grof, pionero en el estudio de los estados no ordinarios de conciencia, observó que prácticas como la oración y la meditación podían inducir estados mentales profundamente sanadores, similares a los logrados con terapias psicodélicas controladas. Grof sugirió que la oración, al igual que otras técnicas contemplativas, podía facilitar la resolución de traumas al permitir una reconexión con lo sagrado y con el propio ser.
Hoy, la psiquiatría moderna reconoce que la oración puede ser un coadyuvante en procesos terapéuticos, especialmente en personas con fuertes creencias espirituales. Entre sus beneficios comprobados se encuentran, reducción del estrés y la ansiedad: Estudios en neurociencia han demostrado que la oración activa áreas cerebrales asociadas con la relajación, como la corteza prefrontal, disminuyendo la producción de cortisol, la hormona del estrés. Fortalecimiento de la resiliencia: para personas en situaciones límite (duelo, enfermedades crónicas), la oración puede ser un mecanismo de afrontamiento, proporcionando esperanza y sentido ante el sufrimiento.
Regulación emocional: Al estructurar pensamientos en forma de plegaria, muchas personas logran procesar emociones complejas, como el perdón o la culpa, facilitando su integración psicológica. Conexión Social: En terapias grupales o comunidades religiosas, la oración compartida refuerza vínculos, combatiendo el aislamiento y la depresión. En conclusión, la oración no es solo un acto de fe; es también un fenómeno psicológico con efectos medibles.
Desde Jung hasta Grof, la psiquiatría ha reconocido su valor como herramienta de autoconocimiento y sanación. En psicoterapia, su uso debe ser respetuoso y adaptado a las creencias de la persona, sin imponer dogmas, pero aprovechando su potencial para generar calma, significado y conexión. www.urielescobar.com.co
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