sábado, 10 de mayo de 2025

Dimensiones - Silenciar para gobernar la mente

 Por Uriel Escobar Barrios, M.D.

En una cultura como la occidental, saturada de estímulos, el silencio se ha convertido en un bien escaso, casi subversivo. Sin embargo, distintas tradiciones espirituales han sostenido durante siglos que en este reside una vía de acceso al autoconocimiento, la serenidad y el despertar interior. 

Hoy, la neurociencia y la psiquiatría comienzan a confirmar lo que los sabios antiguos intuían: callar la mente no solo es posible, sino profundamente transformador. En el budismo, el silencio es la ausencia de palabras, pero también, una práctica deliberada que facilita la observación de la mente. La meditación vipassana, por ejemplo, se realiza en completo “noble silencio”, para cultivar la atención plena y desactivar los patrones automáticos del pensamiento. 

En el Zen japonés, es una vía directa hacia la experiencia no conceptual de la realidad: se considera que la verdad más profunda no puede ser dicha, solo vivida. El cristianismo místico, representado por figuras como San Juan de la Cruz o en la tradición de los padres del desierto (anacoretas o ermitas), valoró el silencio como un camino hacia la unión con lo divino; allí, es una forma de oración sin palabras, una escucha contemplativa, en la que el alma se abre al misterio de Dios.

Por su parte, en el sufismo, la rama mística del islam, el silencio acompaña al zikr (recuerdo de Dios) como una forma de vaciamiento del ego. La quietud interior permite que el corazón se vuelva receptivo a la presencia divina, más allá de la lógica y el discurso.

Investigaciones recientes han comenzado a describir cómo ello afecta positivamente al cerebro. Prácticas contemplativas que lo implican, como la meditación o la oración profunda, activan la corteza prefrontal, región vinculada con la regulación emocional, la atención sostenida y la toma de decisiones. También reducen la actividad de la red neuronal por defecto, asociada con la rumiación y el pensamiento egoico. 

El silencio también se ha asociado con un aumento de la neurogénesis en el hipocampo, una región clave para la memoria y el aprendizaje. Un estudio de 2013 publicado en Brain Structure and Function encontró que, incluso, dos horas de silencio al día pueden favorecer la regeneración neuronal, además, de contribuir a la coherencia cardíaca, un estado fisiológico en el que el ritmo del corazón se armoniza con la respiración y la actividad cerebral, generando una sensación de bienestar, claridad y conexión.

Silenciar no es reprimir. Es crear espacio. Espacio para observar con claridad, para responder en lugar de reaccionar, para conectar con una dimensión más profunda de nosotros mismos. En el campo de la salud mental, esto se traduce en una mayor resiliencia frente al estrés, mejor autorregulación emocional y una menor tendencia a los trastornos ansiosos o depresivos. 

Las tradiciones espirituales nos enseñan que el silencio es un portal hacia lo esencial, y la ciencia moderna lo corrobora: aprender a silenciar la mente es también aprender a gobernarla. Y en ese gobierno interno, florece el ser humano en toda su dimensión: consciente, libre y profundamente vivo.  www.urielescobar.com.co

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