Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
En un mundo marcado por la polarización, la violencia y el resentimiento, el odio se ha convertido en un veneno silencioso que corroe no solo las relaciones humanas, sino también la salud mental de quienes lo albergan.
Desde la Psiquiatría, sabemos que el odio es una emoción destructiva que genera estrés crónico, ansiedad, depresión e incluso enfermedades físicas. Quien odia vive en un estado de alerta constante, intoxicado por la ira y el deseo de venganza, lo que limita su capacidad de ser feliz.
Según el Instituto Colombiano de Ciencias Forenses, en el 2024 se registraron 13.393 muertes violentas en el país, con una tasa de 25.4 por 100.000 habitantes, ¡muy lejos de países como Japón, cuya tasa apenas fue de 0.3! La mayoría de esas muertes estuvieron impulsadas por rencores, conflictos interpersonales y falta de empatía.
Cada número representa una vida truncada, una familia destrozada y una sociedad que sigue fracturándose. La violencia no solo deja cadáveres; deja también traumas psicológicos colectivos que se transmiten de generación en generación. El odio no es solo un problema social; es una enfermedad del alma que necesita ser tratada con urgencia. Pero, ¿cómo sanar algo tan arraigado en el ser humano? La respuesta podría estar en un concepto milenario: la compasión.
En la filosofía budista, la compasión (karuna) no es lástima ni condescendencia, sino la capacidad de reconocer el sufrimiento propio y ajeno con un profundo deseo de aliviarlo. El Dalái Lama dice: "Si quieres ser feliz, practica la compasión; si quieres que otros sean felices, practica la compasión".
La compasión no significa justificar el mal o permitir el abuso, sino entender que detrás de cada acto violento hay dolor, ignorancia o miedo. Cuando logramos ver al otro como un ser humano vulnerable, como nosotros, el odio pierde fuerza. Transformar el odio en compasión no es fácil, pero es posible.
Unas recomendaciones que te puedo trasmitir, amable lector, para que las pongas en práctica son: primero, aceptar que podemos tener odio sin sentir vergüenza, porque sencillamente es una emoción humana, pero que no tiene porqué controlarnos; lo segundo, entender su origen, que muchas veces es una resultante de traumas y heridas sufridas a edades tempranas y que no han podido ser sanadas, esto implica ser amables con nosotros mismos, lo cual es la clave para serlo con los demás.
Para sanar se requiere establecer relaciones auténticas y de profunda conexión con nosotros mismos y con toda criatura viviente; para ello, el apoyo psicológico y las prácticas personales como la meditación y el mindfulness pueden ser muy útiles. Colombia requiere con urgencia, además de leyes y seguridad, sanar el corazón.
Cada uno de nosotros puede ser un puente entre el odio y la compasión. Como decía Viktor Frankl, superviviente del Holocausto: "Cuando no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos". La invitación es clara: transformemos nuestro dolor en comprensión, nuestro rencor en perdón y nuestro odio en compasión. Solo así construiremos una sociedad donde la salud mental no sea un privilegio, sino un cimiento de paz. www.urielescobar.com.co
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