Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
¿Qué tienen en común una sesión de meditación profunda, una caminata en la naturaleza, una misa solemne o un abrazo sincero? Más de lo que parece.
Desde la mirada de la neurociencia y la Psiquiatría, estas experiencias pueden activar una poderosa farmacia interior: las endorfinas, las llamadas “moléculas de la felicidad”.
Las endorfinas —abreviatura de endogenous morphine— son sustancias químicas que produce nuestro cerebro de manera natural. Se liberan en situaciones específicas, como el ejercicio físico intenso, el orgasmo, el dolor agudo o la risa, y tienen una función clara: aliviar el malestar y generar placer. Actúan como analgésicos naturales, reduciendo la percepción del dolor, y también como neuromoduladores del estado de ánimo, promoviendo sensaciones de bienestar, euforia e incluso conexión social.
Las principales endorfinas en los seres humanos son la beta-endorfina, la encefalina y la dinorfina. La beta-endorfina, en particular, es una de las más potentes y está estrechamente vinculada a estados de euforia y calma. ¿Es posible liberar estas sustancias a través de la práctica espiritual?
Numerosos estudios afirman que sí. Prácticas como la meditación, la oración contemplativa, el canto devocional y los rituales religiosos sostenidos tienen un impacto tangible sobre el sistema nervioso central. Pueden activar regiones cerebrales como el sistema límbico (vinculado a las emociones), el córtex prefrontal (clave en la atención y la regulación emocional) y el hipotálamo (una estructura esencial en la producción y liberación de neurotransmisores y endorfinas). Desde la Psiquiatría, también se reconoce que la espiritualidad
—entendida como una dimensión profunda de significado, conexión y propósito— puede contribuir significativamente a la salud mental. Personas que integran prácticas espirituales coherentes con sus creencias reportan mayores niveles de resiliencia, menor percepción de dolor, mejor manejo del estrés y, en algunos casos, evolución más favorable de cuadros depresivos o ansiosos. Esto no implica sustituir tratamientos médicos, sino complementar el abordaje desde una visión integral del ser humano.
Al hablar de “endorfinas espirituales”, usamos una metáfora que describe lo que muchos sienten durante una experiencia trascendente: una sensación de alivio, gozo profundo, plenitud interior y conexión con algo más grande que uno mismo. Aunque no se trata de una categoría médica formal, la expresión capta una realidad fisiológica y emocional real: que el cerebro puede responder a los estímulos espirituales con una cascada de químicos benéficos.
Hoy, la ciencia apenas comienza a comprender cómo esas experiencias impactan el cuerpo y el cerebro. En un mundo acelerado, donde la ansiedad y la desconexión parecen formar parte del día a día, recuperar espacios de silencio, sentido y trascendencia puede ser más que un lujo: puede ser una forma de salud. Quizá no podamos ver las endorfinas espirituales al microscopio, pero muchos las sentimos cuando nos rendimos al misterio, cuando respiramos con conciencia o cuando simplemente dejamos que la gratitud nos habite.
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