Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
Hace algunos días, un joven se quitó la vida. No era un extraño: era el mejor amigo de una periodista, un compañero de trabajo, una de esas personas que uno jamás imaginaría que estuviera atravesando un infierno interior. La noticia la golpeó con fuerza. Hoy se enteró del método: ahorcamiento.
“¿Por qué alguien haría algo así?”, me preguntó. “¿Lo tenía planeado?, ¿se podía haber evitado?”, son preguntas que no solo buscan entender lo ocurrido, sino también calmar la angustia de quienes se quedan buscando señales que nunca vieron. Porque el suicidio, especialmente en los jóvenes, es eso: una tragedia que muchas veces irrumpe como un rayo en cielo despejado.
Desde la Psiquiatría y las ciencias de la mente, el suicidio no es una decisión libre ni simple. Es un acto extremo que surge cuando el sufrimiento se vuelve insoportable y la percepción de que “no hay salida” domina la mente. En muchos casos, hay una planeación. Pero en otros, el impulso toma el mando. Y el ahorcamiento, tristemente, es un método frecuente por su letalidad, disponibilidad y rapidez. En Colombia, el panorama es preocupante: el suicidio es la segunda causa de muerte en personas entre 15 y 29 años. Y lejos de disminuir, las cifras aumentan.
En 2023, más de 900 jóvenes murieron por esta causa. Muchos no habían sido diagnosticados con una enfermedad mental, pero eso no significa que no la tuvieran. La depresión, los trastornos de ansiedad, los conflictos familiares, el bullying, el abuso sexual, el consumo de sustancias, el abandono emocional… todos son ingredientes que pueden acumularse en silencio hasta detonar una crisis.
A veces, ese joven que ríe, ayuda, trabaja y brilla, también es el que llora cuando nadie lo ve, el que siente que no está a la altura, el que vive con el peso de no poder fallar. Porque en esta sociedad, la tristeza se esconde, la vulnerabilidad se castiga y pedir ayuda todavía es visto como debilidad. El suicidio de ese joven no fue una “decisión egoísta”; fue la manifestación del dolor más profundo.
¿Se puede prevenir el suicidio? Sí, mas no basta con campañas de “no estás solo”; se necesita acceso real a salud mental, a entornos escolares que escuchen más y juzguen menos, a familias dispuestas a hablar de emociones y no solo de deberes y a medios que hablen del suicidio con responsabilidad, sin morbo ni silencios que matan.
La persona que se suicida no quiere morir, quiere dejar de sufrir, y si no encuentra alternativas, si no se le tiende una mano a tiempo, el desenlace puede ser fatal. Hoy esa periodista sigue con el corazón hecho pedazos. Busca respuestas, tal vez consuelo. No lo sabremos todo; aunque sí sabemos esto: hablar del suicidio no lo provoca, lo previene, y cada conversación que abramos con empatía, sin tabúes ni prejuicios, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.
El suicidio no es un acto de cobardía ni de egoísmo; es, en muchos casos, el desenlace de un sufrimiento insoportable que no encontró alivio. Por eso, frente al suicidio de un joven, más que buscar culpables, debemos preguntarnos: ¿quién lo escuchó?, ¿quién notó sus silencios? ¿quién se atrevió a preguntarle cómo estaba, más allá de lo superficial? www.urielescobar.com.co
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