viernes, 20 de junio de 2025

Entre la incertidumbre y el caos: Colombia en la encrucijada

 Por Uriel Escobar Barrios, M.D.

Colombia atraviesa una época en la que la incertidumbre y el caos parecen haberse instalado en el día a día. Las calles reflejan el malestar, los discursos políticos se encienden en confrontaciones estériles, y la ciudadanía, atrapada en medio de la polarización, siente que el país avanza sin rumbo. 

Desde la perspectiva psicológica, este no es solo un problema político o social, sino una crisis que está dejando profundas secuelas en la salud mental de los colombianos. El panorama es desalentador: los líderes que deberían guiar con ejemplo se enredan en luchas de poder, defendiendo intereses personales o de partido antes que el bien común. En lugar de unir, dividen; en vez de proponer soluciones, alimentan el conflicto. 

Esta falta de liderazgo genuino promueve desconfianza y, peor aun, desesperanza. La Psiquiatría reconoce este fenómeno como "desesperanza aprendida", un estado en el que las personas asumen que nada cambiará, sin importar lo que hagan. Esa sensación de impotencia es el caldo de cultivo perfecto para trastornos como la ansiedad y la depresión, que están en aumento.

Pero el problema no termina ahí. Mientras la clase política se enfrasca en batallas ideológicas, el sistema de salud colapsa. Hospitales saturados, falta de medicamentos y profesionales al borde del agotamiento son solo la punta del iceberg. Detrás de las cifras hay una crisis silenciosa: el deterioro de la salud mental. 

Los últimos estudios epidemiológicos reportan más casos de estrés postraumático, insomnio y depresión, agravados por la violencia crónica del país y la precariedad económica. Sin embargo, el sistema no está preparado para responder. Las citas con especialistas tardan meses, los tratamientos son inaccesibles para muchos, y el estigma todavía pesa sobre quienes buscan ayuda. 

Ante este escenario, urge un cambio de rumbo. La Psiquiatría Social insiste en que la esperanza es un antídoto contra el colapso emocional, pero para generarla se necesitan acciones concretas. Primero, líderes que antepongan el país a sus ambiciones, capaces de dialogar en lugar de confrontar. Segundo, una reforma real al sistema de salud que garantice acceso oportuno a terapias y medicamentos, especialmente en las regiones más vulnerables. Y tercero, una educación que enseñe a gestionar las emociones, porque una sociedad que no sabe manejar su frustración está condenada a repetir ciclos de violencia que se han vivido a lo largo de nuestra historia.

Colombia está en una encrucijada: el caos puede ser el preludio de un colapso mayor o, si hay voluntad, el punto de quiebre para construir algo mejor. No obstante, eso depende de que los dirigentes dejen atrás la mezquindad y la ciudadanía exija más que promesas vacías. Mientras tanto, millones de colombianos seguirán navegando entre la incertidumbre y el caos, esperando que alguien, encienda una luz al final del túnel. 

La historia ha demostrado que incluso en los momentos más oscuros hay espacio para la transformación. El caos no tiene por qué ser el final; sin embargo, avanzar solo será posible si dejamos atrás la confrontación estéril y trabajamos, por un país donde la salud —física y mental— sea una prioridad y no un privilegio www.urielescobar.com.co

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