Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
El fin de año suele asociarse con alegría, celebraciones, balances personales y reuniones familiares, pero también es una de las épocas donde con más frecuencia se incrementan los niveles de estrés psicológico.
Este fenómeno no es casual: es el resultado de la convergencia de factores biológicos, emocionales y sociales en un periodo muy corto, lo que exige al organismo un esfuerzo adicional para adaptarse. Aunque muchos lo interpretan como algo “normal” o inevitable, reconocer su origen y su impacto es un primer paso para afrontarlo con salud y claridad.
En el plano biológico, el cuerpo responde a la presión típica de estas semanas mediante la activación del eje del estrés, liberando cortisol y adrenalina. A esto se suma la interrupción de rutinas de sueño, alimentación y actividad física. Cambios aparentemente pequeños —acostarse más tarde, aumentar el consumo de alcohol, reducir las horas de descanso— pueden incrementar la irritabilidad, afectar la concentración y disminuir la tolerancia a la frustración.
La sobreestimulación sensorial de las celebraciones, especialmente en personas con vulnerabilidades previas como trastornos de ansiedad o del estado de ánimo, contribuye a que el organismo se mantenga en un estado de alerta prolongado.
En el plano emocional, diciembre es un mes que despierta sentimientos intensos y, a veces, contradictorios. Mientras algunos viven la temporada con alegría, otros enfrentan duelos, recuerdos dolorosos o la sensación de no haber cumplido las metas propuestas. El cierre del año suele traer consigo comparaciones —con los demás y con la propia versión idealizada de lo que “debería” haberse logrado— y esa brecha entre expectativa y realidad puede convertirse en una fuente significativa de angustia.
Además, el peso cultural que se asigna a estas fechas genera la percepción de que se debe estar bien anímicamente, lo cual termina aumentando la presión interna y dificultando la expresión auténtica de las emociones. En el plano social, las demandas se multiplican: reuniones, intercambios de regalos, compromisos laborales y actos escolares.
La economía emocional y financiera se ve afectada, y muchos experimentan la sensación de estar cumpliendo más con obligaciones externas que con deseos propios. Las dinámicas familiares, que pueden ser fuente de apoyo, también pueden convertirse en escenarios de tensión acumulada durante el año.
Comprender el estrés de fin de año no significa desde el punto de vista de la psiquiatría, patologizar una época culturalmente importante, sino reconocer que la salud mental también se ve modulada por estas condiciones. El bienestar psicológico no depende del calendario, sino de la forma en que nos relacionamos con el tiempo, con nosotros mismos y con los demás.
Cerrar el año con conciencia, gratitud y moderación puede ser más terapéutico que cualquier celebración perfecta. Permitirnos vivir estas semanas sin la exigencia de cumplir expectativas irreales, priorizando el autocuidado y la conexión genuina con quienes queremos, nos ayuda a transitar de manera más saludable hacia un nuevo ciclo. www.urielescobar.com.co
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