Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
Aceptar el sufrimiento vital es uno de los desafíos más profundos de la existencia humana. Desde la Psiquiatría, entendemos que el dolor no es simplemente algo que debe anularse, sino que es un componente esencial de nuestra experiencia, capaz de transformarse en crecimiento cuando es comprendido y acompañado.
Esta idea, lejos de ser nueva, atraviesa tradiciones espirituales y filosóficas y también la práctica clínica contemporánea. En el budismo, el sufrimiento ocupa un lugar central: el Buda enseñó que el propósito de la vida es alcanzar la felicidad y, hasta donde sea posible, evitar el sufrimiento. Sin embargo, su propuesta no consiste en negarlo; más bien en reconocerlo plenamente.
Las Cuatro Nobles Verdades comienzan, precisamente, aceptando que el sufrimiento —en forma de enfermedad, pérdida, frustración o impermanencia— es inseparable de la vida humana. Desde esta perspectiva, la paz interior no nace de eliminar todo malestar, sino de transformar la manera en que nos relacionamos con él. Esta visión se conecta con enfoques terapéuticos como la aceptación plena, que invitan a observar la experiencia emocional sin resistencia, con compasión y con apertura.
La filosofía existencialista también ha reflexionado profundamente al respecto, y lo ha catalogado como parte ineludible de la condición humana. Jean-Paul Sartre planteó que la libertad, aunque valiosa, conlleva angustia: somos responsables de nuestras elecciones, incluso cuando estas nos generan incertidumbre o temor.
Albert Camus, por su parte, habló del absurdo, ese desencuentro entre el deseo humano de sentido y una realidad que no siempre lo ofrece. Para Camus, la lucidez ante el sufrimiento no es derrota, sino afirmación vital. Viktor Frankl, psiquiatra y filósofo, propuso que incluso en medio del dolor más extremo es posible encontrar un significado que permita seguir adelante. Estas perspectivas resaltan que el sufrimiento no es un accidente ni un error del sistema vital; es un territorio en el cual muchas veces se configura nuestra identidad y se amplía la comprensión que hacemos del mundo.
El filósofo contemporáneo Byung-Chul Han aporta una crítica esencial a la sociedad actual: vivimos en un mundo que rechaza la fragilidad y sobrevalora el rendimiento, el placer inmediato y la positividad constante. Según Han, al intentar eliminar cualquier malestar, también empobrecemos nuestra capacidad de experimentar profundidad emocional. El sufrimiento, lejos de ser un enemigo, es uno de los vínculos más fuertes con la realidad humana.
Una sociedad que lo oculta genera individuos que se sienten culpables por no estar bien todo el tiempo, aumentando la ansiedad, la autoexigencia y la desconexión. Aceptar el sufrimiento no significa resignación ni glorificación del dolor. Implica reconocer que las emociones difíciles tienen una función reguladora y adaptativa.
La tristeza invita a la introspección; la culpa, al aprendizaje; el miedo, a la prudencia. Cuando permitimos que estas experiencias existan sin juzgarlas, podemos procesarlas de manera más sana y disminuir su impacto negativo. www.urielescobar.com.co
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