sábado, 22 de octubre de 2022

Educar en la aceptación de la diferencia

 Por Uriel Escobar Barrios, M.D.

Los seres humanos son iguales en tanto pertenecen a una misma especie, pero cada individuo tiene sus particularidades, que lo hacen distinto a todos los demás. 

Los tres primeros artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas hacen referencia precisamente a este aspecto, que es el eje fundamental para una sociedad democrática, incluyente y con igualdad de oportunidades para todos. Esos tres principios son: haber nacido libres e iguales, no ser discriminados y el respeto a la vida en libertad y seguridad. Sin embargo, cuando se observa lo que está sucediendo a nivel global, la pregunta apenas obvia es: ¿Por qué razón no se cumplen estos preceptos básicos en la gran mayoría de los países, y en aquellos donde hay un avance en el reconocimiento de estos derechos, hay tendencias políticas muy fuertes que se oponen a estos desarrollos, como está sucediendo con fuerzas extremistas xenófobas que cada vez adquieren más protagonismo en naciones denominadas del primer mundo?

No se puede aducir que es por desconocimiento que se presentan situaciones como las registradas por la ONG Global Witness (entidad de alcance mundial que promueve la conservación del planeta y la protección de los derechos humanos): en la última década fueron asesinadas 1731 personas, y en 2021 hubo 200 homicidios, de los cuales 33 se perpetraron en Colombia. Estas personas fueron asesinadas porque luchaban en sus comunidades por la conservación del medioambiente y exigían el respeto a los derechos de las comunidades nativas. Recientemente, en un foro al que me invitó la Comisión para la Equidad de la Mujer en Risaralda, presenté las cifras sobre violencia de género a nivel nacional y regional, y una de las asistentes preguntó sobre las estrategias para disminuir esos números tan escandalosos sobre el maltrato a la mujer. 

La respuesta es que las claves para entender este fenómeno tan doloroso es analizarlo desde múltiples aristas; además, uno de los elementos fundamentales es educar a hombres y mujeres sobre un principio que, a mi modo de ver, es prioritario: el ejercicio de la violencia es inaceptable venga de donde venga y sin importar a quien se dirija. Niños y niñas se deben formar como ciudadanos teniendo como base el reconocimiento y la aceptación de la diferencia; en su esencia, en su alma el ser humano no es ni hombre, ni mujer, ni rico, ni pobre y no debe importar su color de piel, preferencias o país de nacimiento. Ninguna de esas diferencias, como lo dice la ONU, debe primar sobre el sagrado derecho que tiene a ser libre y a exigir un trato igualitario en el cual predomine el reconocimiento de su dignidad como persona. Respetar al semejante es reconciliarnos con nuestra verdadera esencia.  

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