Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
El concepto de indefensión o desesperanza aprendida representa una de las formas más sutiles pero devastadoras de daño colectivo. Propuesto inicialmente por el psicólogo Martin Seligman en los años
70, este fenómeno describe el estado psicológico que se instala cuando un individuo o grupo, tras vivir experiencias repetidas de sufrimiento o fracaso, llega a creer que no tiene control sobre su situación, incluso cuando las condiciones cambian.La pasividad, la resignación y la apatía se vuelven respuestas automáticas frente a los desafíos de la vida. Esto no solo tiene implicaciones individuales, sino profundas repercusiones sociales. Por ejemplo, cuando una comunidad o un país atraviesa ciclos prolongados de violencia, desigualdad y exclusión, es probable que se desarrollen patrones colectivos de indefensión aprendida. En este estado, las personas dejan de luchar por sus derechos, toleran abusos, pierden la esperanza de un cambio y se adaptan a lo injusto como si fuera lo normal.
En Colombia, este cuadro se manifiesta con una nitidez dolorosa: décadas de conflicto armado, desplazamientos forzados, corrupción institucional y polarización política han cultivado en amplios sectores de la población una percepción de inutilidad frente al sistema. Se escuchan frases como "eso no va a cambiar", "todos los políticos son iguales", o "¿para qué votar si igual nos roban?", que revelan el pensamiento derrotista típico de la indefensión. Es como si el país hubiera aprendido a vivir entre la desconfianza y la resignación.
Desde la Psiquiatría Social, entendemos que este fenómeno no es solo una respuesta al trauma; es igualmente una construcción cultural, reforzada por los medios, los discursos de poder y la falta de oportunidades reales de participación ciudadana. En este contexto, el sufrimiento psíquico se vuelve colectivo, y las posibilidades de transformación se ven truncadas por la apatía predominante. Sin embargo, no todo está perdido.
El mismo Seligman dedicó buena parte de su carrera a investigar cómo superarlo. En su obra posterior sobre la psicología positiva identificó factores protectores como el optimismo aprendido, la resiliencia y el sentido de propósito. Desde esta perspectiva, la salida es terapéutica y también política y comunitaria.
Superar la indefensión aprendida implica reconstruir la confianza en el otro, crear narrativas de esperanza colectiva y abrir espacios reales de participación. Asimismo, significa sanar las heridas del conflicto desde los tribunales, pero también desde la escucha, la empatía y el reconocimiento del otro como legítimo. La polarización —ese "o estás conmigo o estás contra mí" que tanto hiere— alimenta aún más la impotencia social.
Solamente el diálogo respetuoso con el diferente puede revertir esta tendencia al desencanto. Como sociedad, tenemos la posibilidad de aprender una nueva forma de relacionarnos con el poder, con el dolor y con la historia. La tarea no es fácil, pero sí urgente. Una comunidad que se reconoce capaz de incidir, de actuar y de transformar su entorno es una ciudadanía que sana; y un país que sana es un país que renace. www.urielescobar.com.co
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